Una de las quimeras del ser humano ha sido siempre poder parar el tiempo. ¿Quién no ha deseado en un momento concreto que el tiempo se detuviese?, sobre todo en instantes sublimes de nuestra vida y poder saborear esos momentos lentamente y a placer. Otra, quizás más recurrente, poder echar el tiempo atrás; detener esa mística y vertiginosa rapidez con la que todo avanza, para de algún modo, regresar a otro momento anteriormente vivido. Quizás esta sea la más difícil de conseguir, tan imposible como detener el proceso vital al que estamos abocados, la dama enlutada que nos espera cuando el río de nuestra vida desemboque en el mar de la incertidumbre. Pero un día, como otro cualquiera, hemos recreado y asemejado esa primera quimera de detener el proceso, y lo hemos hecho por obligación. En realidad es la única manera que podemos hacerlo. El tiempo no para, no cesa, el dios cronos nos empuja irremediablemente desde los orígenes de los tiempos, aún antes de inventarlos; aun antes de inventar nuestros cálculos sobre lo temporal.
Aquel 14 de marzo de 2020, no paró el tiempo, porque como he dicho es imposible que pare, paramos nosotros, y sí, ciertamente nuestro tiempo se ralentizó en la subjetividad de cada una de nuestras conciencias, y nos dimos cuenta de las consecuencias, de esa quimera a veces tan anhelada. Vislumbramos un ser humano tan intoxicado por la temporalidad y las circunstancias, por la vorágine de los pasos apresurados, de los minutos y segundos que se escurren como el agua entre los dedos, que se estaba dando cuenta de que no sabía vivir en otro tiempo ni a otro ritmo. La cruda realidad que nos hizo quedarnos en casa, es la misma realidad que hoy nos golpea en la calle, la que nos persigue aceleradamente, que es la misma que nos dio una tregua anteayer, y quizás, lejos de aprovechar una oportunidad de vivencia novedosa, que era la que nos tocaba vivir y la que en ese momento no podíamos cambiar, dejamos pasar ese tiempo, que pasó porque el tiempo siempre pasa, y a la misma velocidad, aunque para nosotros pasara más lentamente.
Me
gustaría pensar que hemos aprendido algo, aunque a veces parezca que no hayamos
aprendido nada. Y al margen de lo que nosotros hiciéramos con ese tiempo, sí
hubo alguien que supo sacarle el mejor partido, La Madre Tierra, que se tomó
unas auténticas vacaciones de nosotros, reconquistando por un breve espacio de
tiempo aquel territorio que antaño le pertenecía.