domingo, 30 de mayo de 2021

Confina2

 

Una de las quimeras del ser humano ha sido siempre poder parar el tiempo. ¿Quién no ha deseado en un momento concreto que el tiempo se detuviese?, sobre todo en instantes sublimes de nuestra vida y poder saborear esos momentos lentamente y a placer. Otra, quizás más recurrente, poder echar el tiempo atrás; detener esa mística y vertiginosa rapidez con la que todo avanza, para de algún modo, regresar a otro momento anteriormente vivido. Quizás esta sea la más difícil de conseguir, tan imposible como detener el proceso vital al que estamos abocados, la dama enlutada que nos espera cuando el río de nuestra vida desemboque en el mar de la incertidumbre. Pero un día, como otro cualquiera, hemos recreado y asemejado esa primera quimera de detener el proceso, y lo hemos hecho por obligación. En realidad es la única manera que podemos hacerlo. El tiempo no para, no cesa, el dios cronos nos empuja irremediablemente desde los orígenes de los tiempos, aún antes de inventarlos; aun antes de inventar nuestros cálculos sobre lo temporal.

Aquel 14 de marzo de 2020, no paró el tiempo, porque como he dicho es imposible que pare, paramos nosotros, y sí, ciertamente nuestro tiempo se ralentizó en la subjetividad de cada una de nuestras conciencias, y nos dimos cuenta de las consecuencias, de esa quimera a veces tan anhelada. Vislumbramos un ser humano tan intoxicado por la temporalidad y las circunstancias, por la vorágine de los pasos apresurados, de los minutos y segundos que se escurren como el agua entre los dedos, que se estaba dando cuenta de que no sabía vivir en otro tiempo ni a otro ritmo. La cruda realidad que nos hizo quedarnos en casa, es la misma realidad que hoy nos golpea en la calle, la que nos persigue aceleradamente, que es la misma que nos dio una tregua anteayer, y quizás, lejos de aprovechar una oportunidad de vivencia novedosa, que era la que nos tocaba vivir y la que en ese momento no podíamos cambiar, dejamos pasar ese tiempo, que pasó porque el tiempo siempre pasa, y a la misma velocidad, aunque para nosotros pasara más lentamente. 

Me gustaría pensar que hemos aprendido algo, aunque a veces parezca que no hayamos aprendido nada. Y al margen de lo que nosotros hiciéramos con ese tiempo, sí hubo alguien que supo sacarle el mejor partido, La Madre Tierra, que se tomó unas auténticas vacaciones de nosotros, reconquistando por un breve espacio de tiempo aquel territorio que antaño le pertenecía.

2 comentarios:

Emilio Muñoz dijo...

Genial reflexión, Ruth, sobre la realidad del ser humano, siempre tan apegado a la estrechez de la materia y del pensamiento único.

Dicho de otro modo, lo que tu dices: estamos tan apegados a nuestra hábitos que nos estresamos cuando algo nos impide seguir repitiéndolos. Somos como un robot que a su paso encuentra un muro: no deja de intentar seguir hacia adelante. Hasta que se le agota la batería o se le funden el chip.

Si esos hábitos fueran sano, pues no importaría tanto. Aunque si fueran sanos, lo serían también porque no generan una dependencia tan enorme y nos ofrecen una posibilidad de adaptación razonable. El problema es que no son sanos, que vivimos en una mundo, como decía, atrapados en la materia y los tópicos. Por no mencionar también a la estupidez.

Paro la humanidad y se expandió la naturaleza, como bien dices. ¿Quiere esto decir que somos una plaga para la vida en este planeta? Prefiero no responder...

Gracias, Ruth!!!

Entre palmeras... dijo...

Magnífico post, Ruth.
Hace unos días le comentaba a Emilio, tenía tela por donde cortar, pero voy a dejar quietita la tijera.
Hace unos días en una playa de aquí nos llevamos la sorpresa de ver muchos mapaches en la arena, corriendo entre todos, husmeando en los bolsos, nada temerosos, muchos les daban comida.
Le comentaba a mi hija que seguramente en el período de la cuarentena de seguro tomaron la playa con toda libertad y al ver que poco a poco llegaban las personas y no les hacían daño se fueron quedando.
Me pregunto hasta cuándo seremos capaces de aceptarlos en lo que consideramos es nuestro espacio, no sé...
Penosamente me temo, no hemos aprendido

Abrazos