Según los antiguos griegos, el azafrán vestía cada día, con su belleza, un nuevo amanecer. Para ellos era la flor del Olimpo, donde residían sus dioses. La rosa del azafrán cubriendo de belleza su divina morada.
Un nuevo amanecer lleno de posibilidades, de oportunidades que no hay que perder, de retos que afrontar, de reveses que vencer.
Amor y épica, pasión y vida… La belleza como fruto de la sangre y el valor.
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